La música tiene un poder mucho mayor del que a menudo llegamos a comprender mediante su habilidad única para conectar a todos, sin importar las diferencias. Durante mis vacaciones de primavera, tuve el privilegio de experimentar este poder de primera mano cuando viajé a Casa Hogar en Lima, Perú, como parte de una inmersión de servicio con el Ministerio Universitario de Viterbo.
Casa Hogar, fundada hace casi cuarenta años por el Padre José Walijewski, es un lugar que brinda un espacio seguro para niños que enfrentan situaciones difíciles, como la pobreza extrema o la violencia doméstica. Aquí, se les ofrece un ambiente amoroso con comida, educación y figuras parentales que los ayudan a construir un futuro mejor. En este lugar especial, fue donde realmente comprendí la importancia y el impacto transformador de la música.
Durante el tercer día allí, el Padre José se fue a Buena Vista, otra capilla, para dar la misa. Otras cuatros chicas y yo le acompañamos. La capilla fue un cuarto con cuatro filas de bancos y cuatro filas más de sillas diferentes mezcladas entre sí. Nos sentamos en el fondo de la capilla. Los asistentes habituales sin duda se preguntaban qué estábamos habiendo allí, susurrando y mirándonos.
Durante la comunión, el Padre nos pidió cantar y centonamos Thank You Jesus for The Blood (La Sangre de Jesús). “Todas las personas fueron cautivadas con la canción, a pesar de que la canción fue en inglés,” recordó Emma Schoen cuando hablé con ella. Luego, hicimos una visita a un hombre, que estaba en una silla de ruedas y ya no podía asistir a misa, y a su esposa, quienes pudieron recibir la comunión. Otra vez, el Padre José se preguntó si queríamos cantar para este señor y su esposa, y cantamos la misma canción para ellos. Él se emocionó lágrimas, llevándose la mano al corazón mientras se secaba los ojos. Antes de irnos, él hombre nos agradeció por el tiempo que dedicamos para compartir nuestros dones.
En Casa Hogar, la música está siempre presente. A cualquier hora del día, puedes escuchar una guitarra o a alguien cantando. Desde el momento en que conocí a los niños, me hicieron una pregunta que parecía muy importante para ellos: “¿Puedes cantar?”. Gwen, una voluntaria que participó en esta experiencia de inmersión conmigo, compartió una historia conmovedora sobre su conexión con un niño, llamado Richard. El año pasado, cuando Gwen visitó Casa Hogar, ella y Richard formaron un vínculo especial a través de la música y las canciones que compartieron. En este viaje, Gwen esperaba volver a encontrarse con Richard.
“Cuando le pregunté si quería cantar conmigo otra vez, él me dijo que ya no lo hacía” recordó Gwen. Sin embargo, unos días después, Richard se acercó a ella para preguntarle cuándo finalmente iban a cantar juntos. “Le dije: ‘Pensé que ya no cantabas,’ y él respondió: ‘Yo no canto, yo hablo.’ Luego, caminó hacia la capilla,” explicó Gwen. Juntos, pasaron una hora practicando dos canciones para presentarlas durante la misa. Este momento dejó una impresión profunda en Gwen. “No solo alguien se preocupaba por él, sino que alguien se preocupaba lo suficiente como para hacer algo muy importante para él,” reflexionó.
También, otro niño se acercó a Gwen y le pidió aprender a tocar el piano. “Lainey y yo enseñamos a Adrián a tocar el piano,” dijo Gwen. Adrián era alguien con un exterior aparentemente duro; no hablaba mucho con nosotros, los voluntarios. Sin embargo, muchas veces estaba cerca, escuchándonos cantar o simplemente sintiéndose acompañado mientras hacíamos otras actividades.
La noche anterior, el Padre nos dijo que Adrián quería entregar su guitarra. Fue un momento cargado de significado. El Padre le dijo: “Necesitas esta guitarra más de lo que la guitarra te necesita a ti.” Ese consejo resonó profundamente, revelando que, aunque Adrián no se expresara mucho con palabras, la música lo tocaba a un nivel emocional que era visible para quienes lo rodeaban.
Adrián siempre parecía mantener una barrera emocional, pero la música ayudó a romper esa coraza. El último día, se acercó a Gwen, le dio un abrazo y rompió a llorar en sus brazos. Fue un momento poderoso que nos recordó cómo la música puede crear conexiones emocionales profundas, incluso cuando faltan las palabras. Aunque no hablábamos mucho con él, la música fue el puente que nos unió.
Además de Adrián, esta conexión a través de la música se vio también con otros niños del grupo. La noche anterior a nuestra partida, había una fogata con los niños. Durante nuestra última noche, algunos chicos expresaron su deseo de tocar y cantar una canción en la capilla. Con ellos liderando, todos nos unimos y cantamos juntos, creando un momento único de comunidad y unión. Emma Schoen los describió muy bien: “Queríamos compartir nuestra música con ellos, pero ellos también querían compartir su música con nosotros.” Fue un instante profundo, como si nuestras almas estuvieran conectadas a través de las melodías.
Lo extraordinario fue cómo esta conexión trascendía las barreras del idioma. Aunque muchos de los voluntarios no hablaban español con fluidez, eso no fue un impedimento. Había un sentimiento de comprensión mutua que no requería palabras. Nadie tuvo que explicar los traumas o problemas que llevaban consigo; simplemente estábamos allí, presentes, unos para otros. Fue un recordatorio de que a veces, el simple hecho de estar acompañados y compartir en silencio puede sanar tanto como las palabras.
La música, una vez más, nos demostró su poder para conectar a las personas, rompiendo barreras visibles e invisibles, y creando un espacio donde las emociones podían fluir libremente.
Si quieres saber más sobre la historia y misión de Casa Hogar, o donar a su causa, visita: Faith and Family | Diocese of La Crosse