Tengo un muy buen amigo que cumplió cien años el año pasado. Su nombre es Dr. Jack Weber y es un dentista jubilado. Para conmemorar esta ocasión, escribió un libro de sus recuerdos: “¡Jack Weber Here!” (Jack Weber, estoy aquí), donde cuenta desde su infancia en la década los años 1930s, pasando por su carrera profesional hasta su vida actual como jubilado.
El Dr. Weber todavía juega al golf tres veces a la semana, pero rara vez rompe el par. Ha sido socio del Club de Leones durante más de 65 años y recientemente fue elegido presidente del mismo en su localidad. Ha atraído a muchos socios nuevos al Club y ha aumentado su trabajo voluntario en la comunidad. Recientemente renunció a su licencia de conducir a instancias de sus hijos, pero sigue teniendo una vida activa.
Le pregunté cuál era la razón de su larga vida: ¿Cuál es tu secreto?. Su respuesta fue: “Nunca dejé entrar al anciano”. Cuando comienzas a pensar y actuar como si fueras viejo, te vuelves viejo: “¡Todavía no soy viejo!” – dijo.
Decidí seguir el consejo del Dr. Weber. A pesar de que recientemente cumplí setenta y cuatro años, todavía me pongo mis zapatillas y juego baloncesto con los estudiantes universitarios tres días a la semana. Cuando caigo al suelo, se acercan y me dicen: “¿Puedo ayudarlo a levantarse, señor?”
Continuo activo en el Club de Leones. El voluntariado me da un propósito en la vida. Ayudar a los demás conduce a una mente y un cuerpo más sanos.
También decidí aprender un segundo idioma, el español. Planeo pasar muchos más inviernos de retiro haciendo senderismo en los climas más cálidos de España, México o Perú. No estoy seguro de dónde está el anciano, pero como sugiere Jack Weber, no voy a dejarlo entrar.