Artículo tomado de La Opinión de Zamora
Su padre le trajo de un viaje de negocios un pequeño violín y vio claro su futuro. “Me enamoré al instante de ese instrumento. Solo tenía seis años, pero hice el examen de ingreso para el conservatorio”, rememora Busya Lugovier, quien comenzó a aprender sus primeros acordes en su Rusia natal.
El camino de la música la llevaría a conocer otros países, donde ofreció conciertos con su trío de piano, violín y viola —República Checa, Polonia, Italia…— hasta llegar a cruzar el Atlántico hacia Estados Unidos, donde fueron invitados para seguir con los recitales. “Empezaron los intercambios profesionales y, en uno de mis viajes, tras el fin de la Guerra Fría, me ofrecieron un puesto de profesora en la Universidad de Viterbo y otro de violinista principal en la Orquesta Sinfónica de La Crosse”, resume.
Una decisión difícil, por el coste familiar que le iba a suponer, puesto que ella estaba en América con su hijo menor, pero el resto de la familia se había quedado en Rusia.

Nueva vida en Estados Unidos
Siete años después pudieron volver a estar juntos , con una nueva vida en La Crosse, donde disfrutaba —y lo sigue haciendo— dando clases en la universidad y ofreciendo conciertos. “En ambos casos, soy muy feliz, porque me expreso con la música, que va de corazón a corazón”, asegura.
Cuando comenzó a impartir clases en la Universidad de Viterbo exportó los estudios y métodos de aprendizaje que se utilizaban en Rusia, lo que imprimió un nuevo carácter a las clases de música. “Yo también aprendí de cómo se estudiaba en Estados Unidos”, reconoce.
Uno de sus hijos ha seguido su camino, convertido en pianista y ella asegura que disfruta como si fueran suyos de los éxitos de sus alumnos. “Hace poco una estudiante me escribió para decirme que la habían invitado a tocar en la Ópera Metropolitana de Nueva York”, anuncia con orgullo.
Busya Lugovier es una de las integrantes del grupo que ha venido precisamente con la Universidad de Viterbo para disfrutar de varias semanas de inmersión lingüística en Zamora, junto al profesor Jesús Jambrina. De la ciudad destaca, sobre todo, la historia que guarda cada rincón del casco antiguo. “Me encanta pasear cerca de la muralla, me trae unos sentimientos maravillosos”, expresa.
Bilingüe en ruso e inglés, con conocimientos también de alemán, el interés por el español surge al tener familiares en Argentina con los que se quiere comunicar mejor. “Me pondré en serio con él y pronto no necesitaré intérprete”, bromea.
Miembros del proyecto Soliedad, puesto en marcha por la Escuela de Enfermería de Zamora, tuvieron esta semana la suerte de escuchar su música en directo.